NO JUZGES Y NO SERÁS JUZGADO

En el Evangelio de Mateo 7:1-5 dice Jesús a sus discípulos:

"No juzguen y no serán juzgados. Del mismo modo que ustedes juzguen se los juzgará. La medida que usen para medir la usarán con ustedes. ¿Por qué te fijas en la pelusa que está en el ojo de tu hermano y no miras la viga que hay en el tuyo? ¿Cómo te atreves a decir a tu hermano: Déjame sacarte la pelusa del ojo, mientras llevas una viga en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver claramente para sacar la pelusa del ojo de tu hermano."

¿Cómo podemos entender este texto? 

Veamos algunos Ejemplos:

Primer ejemplo: Cuando una persona te dice "No juzgues", ¿No estará haciéndose ella ya un juicio sobre ti? Como dicen los latinistas, esto es una "Contradictio in Terminis", es decir, es una contradicción misma de las palabras, porque te están pidiendo que no juzgues, pero al mismo tiempo ellos te están juzgando.

Segundo ejemplo: Imagínate que una persona en la calle amenaza a una anciana a punta de cuchillo y le quita todo lo que tiene, su celular, sus joyas y todas sus pertenencias. Si decimos que esa acción está mal, ¿Estaremos juzgando a esa persona? La respuesta es no. Estamos diciendo que esa acción está mal.

Entonces, ¿Qué quiso decirnos Jesús por esta frase "No juzguen y no serán juzgados"? 

Lo que aquí Jesús da a entender es que no debemos tomar el papel de jueces. ¿Qué es lo que hace un juez? Determina el destino final de una persona, y ese destino es irrevocable. Cuando un juez dice "Esta persona es culpable" o "Esta persona es inocente", pues ya dio un dictamen, y eso es irrevocable. Es a eso lo que nos está invitando Jesús: A no definir el destino final de una persona; a no andar condenando a los demás.

Por supuesto, debemos decir que una persona actúa mal cuando se equivoca o hace daño. Eso tenemos que hacerlo, estamos invitados a ello, y si corregimos a la persona implicada estaremos incluso haciendo un bien. Pero lo que no debemos hacer entonces es que, por esa acción, vamos a condenar de manera definitiva a esa persona, a decir "Esta persona merece el infierno", "Esta persona ya no tiene remedio", "Esta persona no tiene perdón de Dios". Ahí ya estaríamos juzgando a la persona porque estamos pasando de reconocer actos malos a condenar a la persona en sí. 

Esa es la sutil diferencia que debemos tener en cuenta al momento de hablar, de opinar, de hacer un juicio sobre los demás. Podemos decir, por supuesto, que algo está mal o que algo está bien, pero lo que no podemos hacer es tomar el papel de jueces diciendo: "Esta persona está condenada", "Esta persona ya no merece nada bueno", etcétera. Porque el único justo juez es el Señor. Él conoce los corazones de cada persona, Él sabe el proceso que lleva con cada uno, y puede que una acción no defina completamente a una persona. Si nos ponemos en el papel de jueces, podríamos estar andando por el mundo condenando de por vida a las personas por cometer un error o por meter la pata.

Además, es importante recordar la misericordia y el amor de Dios, que siempre están presentes en nuestras vidas. Jesús nos llama a ser compasivos y misericordiosos, tal como Él lo es con nosotros. En lugar de juzgar y condenar, debemos esforzarnos por mostrar comprensión, perdón y apoyo a quienes nos rodean.

Otro aspecto fundamental es que Jesús nos llama a ser humildes. Reconocer nuestras propias fallas y debilidades nos ayuda a ser más empáticos con los demás. Cuando somos conscientes de nuestras propias "Vigas", nos volvemos menos propensos a criticar y juzgar a otros por sus "Pelusas". 

Además, debemos recordar que la corrección fraterna debe ser siempre motivada por el amor. San Pablo nos recuerda en su carta a los Gálatas 6:1-2:

"Hermanos, si alguien es sorprendido en alguna falta, ustedes, que están animados por el Espíritu, corríjanlo con modestia. Piensa que también tú puedes ser tentado. Ayúdense mutuamente a llevar las cargas y así cumplirán la ley de Cristo."

La corrección fraterna no debe ser un acto de condena, sino un acto de amor que busca el bien y la salvación del otro.

Finalmente, es esencial cultivar una actitud de oración y entrega a Dios. En lugar de juzgar y condenar, debemos orar por aquellos que vemos que se equivocan, pidiendo a Dios que los guíe y los ayude a encontrar el camino correcto. Al mismo tiempo, debemos pedirle a Dios que nos dé la sabiduría y la gracia para ver nuestras propias faltas y para actuar con amor y misericordia en nuestras interacciones con los demás.

El llamado de Jesús a no juzgar es un llamado a la humildad, la misericordia, la compasión y la oración. Nos invita a vernos a nosotros mismos y a los demás con los ojos de Dios, reconociendo nuestras propias fallas y buscando siempre el bien y la salvación de todos.