¿Quién fue San Jerónimo? 

San Jerónimo nació en un lugar llamado Estridón (Stridón), alrededor del año 340 d.C., y fue bautizado en Roma.

Jerónimo provenía de una familia Cristiana acomodada y recibió una excelente educación en Roma, donde estudió gramática, retórica y filosofía. Sin embargo, como muchos jóvenes de su tiempo, se dejó llevar por las tentaciones del mundo. Vivía en medio de las comodidades y la cultura pagana, disfrutando de los placeres de la vida, pero siempre sintiendo un vacío espiritual. 

Aun así, Jerónimo sentía una gran atracción por el conocimiento y la verdad, lo que lo llevó a un profundo estudio de los clásicos latinos y griegos, llegando a convertirse en un gran experto en latín y un excelente conocedor del griego y otros idiomas. Sin embargo, en ese momento, no tenía un profundo conocimiento de los libros espirituales y religiosos.

Esto cambió gracias a un sueño que tuvo. En ese sueño, Jerónimo estaba siendo juzgado en el cielo. Jesús le preguntó: "¿A qué religión perteneces?" Jerónimo respondió: "Soy Cristiano Católico." Pero Jesús le dijo: "No es verdad, borren su nombre de la lista de los Cristianos Católicos. No es cristiano, sino pagano, porque sus lecturas son todas paganas. Tienes tiempo para leer otras cosas, pero no encuentras tiempo para leer las Sagradas Escrituras."

Esta visión lo llevó a renunciar a su vida anterior y a dedicarse completamente a Dios. Se retiró a las catacumbas romanas para meditar sobre su vida y para arrepentirse de sus pecados. Después de su conversión, sintió un profundo deseo de estudiar las Sagradas Escrituras, lo que lo llevó a aprender hebreo para poder leer la Biblia en su lengua original.

El Papel de San Jerónimo en la Traducción de la Biblia

Mucho tiempo después, los obispos de Italia se reunieron con el Papa de aquella época, San Dámaso I que fue quien reunió todas las Sagradas Escrituras y formó la Biblia. 

En esta reunión, nombraron a Jerónimo como secretario del Papa. Donde se encargaría de redactar las cartas que el Papa enviaba. Además, debido a su gran sabiduría y dominio de los idiomas y de las Sagradas Escrituras, el Papa San Dámaso le dio otra tarea muy importante:

La Biblia que existía en ese tiempo tenía una traducción no muy exacta y como Jerónimo escribía en latín perfectamente, por lo que el Papa le encomendó traducir toda la Santa Biblia a este idioma.

Esa traducción fue la Biblia oficial para la Iglesia Católica durante 15 siglos y era llamada La Vulgata (Nombre que proviene de una palabra latina que significa Común, Popular o del Pueblo). Solo en los últimos años ha sido reemplazada por traducciones más modernas y precisas, como La Biblia de Jerusalén, La Biblia de nuestro Pueblo, entre otras.

La Iglesia Católica ha reconocido a San Jerónimo como un hombre elegido por Dios para explicar y hacer entender mejor la Santa Biblia. 

El 30 de septiembre del año 420, cuando su cuerpo ya estaba debilitado por tantos trabajos y penitencias, San Jerónimo entregó su alma a Dios, por lo que su festividad se celebra el 30 de Septiembre.

San Jerónimo fue declarado Santo y Doctor de la Iglesia debido a su inmensa contribución al Cristianismo, especialmente en su interpretación y Traducción de las Escrituras.

Que Podemos aprender de la vida de San Jerónimo:

San Jerónimo nos enseña que nunca es tarde para cambiar de vida. A pesar de haber vivido en un ambiente lleno de tentaciones y placeres mundanos, encontró la verdad en Cristo y se convirtió. Esto nos recuerda la importancia de arrepentirnos sinceramente de nuestros pecados y de buscar siempre la gracia de Dios.

San Jerónimo nos enseña que debemos conocer la Palabra de Dios, no solo de forma superficial, sino con profundidad y dedicación. San Jerónimo nos motiva a leer la Biblia regularmente y a buscar una comprensión más profunda de sus enseñanzas.

Decía San Jerónimo: "Desconocer las escrituras es desconocer al mismo Cristo". 

San Jerónimo no se limitó a estudiar las Escrituras para su propio beneficio, sino que compartió su conocimiento con otros, escribiendo cartas, comentarios, y enseñando a los demás. Esto nos invita a no guardar nuestra fe para nosotros solos, sino a compartirla con aquellos que nos rodean, enseñando y evangelizando con amor y dedicación.