COMO ORAR BIEN

Hoy vamos a hablar de algo esencial para nuestra vida de fe: la oración. Tal vez te has preguntado alguna vez: "¿Estoy orando bien? ¿Mi oración es auténtica y verdadera?" Es una duda muy común, y a veces nos parece que simplemente sentarnos a rezar no es suficiente. Pero, ¿Cómo podemos estar seguros de que realmente estamos orando de la manera correcta?

La oración es mucho más que recitar palabras o hacer una rutina; es un encuentro personal con Dios. Y para que ese encuentro sea real, necesitamos dedicarle un espacio exclusivo, un tiempo donde podamos estar completamente presentes. No se trata de orar cuando "nos sobra tiempo" o cuando no tenemos nada más que hacer. Se trata de poner a Dios como prioridad.

Lo primero que necesitamos en la oración, como nos enseña Santa Teresa, es tomar conciencia de quién está orando. ¿Quién es el que se encuentra ante Dios? Eres tú. Un ser con dudas, sueños, miedos y alegrías. Debes abrir tu corazón y darte cuenta de que, en este momento, te estás presentando tal como eres ante el Señor. No escondas nada; Dios te conoce mejor que nadie, y lo que más desea es que seas auténtico en su presencia.

Cuando oras, estás abriendo un espacio de intimidad con Dios, y lo primero es que seas consciente de tu propia presencia en ese diálogo.

El segundo aspecto importante es saber a quién le estás hablando. Cuando oras, no estás hablando al aire ni a una fuerza desconocida. Estás hablando con Dios, aquel que te ha salido al encuentro a lo largo de tu vida. Él te conoce desde siempre, te ama y quiere tener una relación profunda contigo. Así que, cuando ores, ten claro que no es una charla superficial. Es un diálogo con el Creador del universo, con el Padre que te ama más de lo que puedes imaginar.

La oración se vuelve más real cuando somos conscientes de la grandeza de Aquel con quien estamos hablando. ¿Quién es Dios para ti? Medita en esto cuando te acerques a Él.

El tercer punto es saber de qué vas a hablar. A menudo, cuando nos ponemos a orar, nuestra mente se distrae. Pensamos en el pasado, en lo que debemos hacer, en nuestras preocupaciones, y acabamos divagando en vez de concentrarnos en la oración. Es importante tener claro el tema de tu oración. ¿Qué le quieres decir a Dios? ¿Por qué estás hablando con Él hoy?

Quizá sea una petición, un agradecimiento o simplemente compartir lo que sientes. Pero es vital que ese diálogo tenga un propósito. De esta manera, evitarás que tu mente se disperse y lograrás estar realmente presente frente a Dios.

Una cosa más que nos enseña la oración es que no sólo cambia nuestras circunstancias, sino que nos cambia a nosotros. Cuando entras en una verdadera relación con Dios, te acercas más a su condición. ¿Y cuál es la condición de Dios? Amar, entregarse y donarse. Dios es pura entrega. Y cuando oramos de manera auténtica, Él nos transforma para que también nosotros seamos capaces de amar más, de entregarnos más a los demás.

La oración verdadera siempre nos lleva a salir de nosotros mismos. Nos ayuda a dejar de lado nuestro egoísmo y a buscar el bien de los demás. Si una oración es genuina, nos impulsa a actuar con amor hacia quienes nos rodean. Nos lleva a parecernos más a Dios en nuestra forma de vivir, de ser, y de amar.

Finalmente, recuerda que la oración no es una tarea que haces una vez y ya está. Es una relación constante. Como en cualquier relación, cuanto más tiempo dediques, más te acercas a la otra persona. En este caso, cuanto más ores, más te acercarás a Dios, y más Él se manifestará en tu vida. Deja que la oración sea un espacio donde permitas que Dios te sorprenda, donde puedas crecer en intimidad con Él.

Orar bien no es algo complicado, pero requiere dedicación y conciencia. Recuerda siempre tres cosas: quién eres tú cuando oras, quién es Dios para ti, y de qué quieres hablar con Él. Y nunca olvides que la oración te transforma. Te acerca a Dios y te hace más capaz de amar y de entregarte a los demás.

Que tu oración sea siempre un encuentro real, sincero y profundo con Dios. Permítele que te guíe, que te transforme y que te llene de su amor para que, a través de esa relación, puedas ser luz para los demás.