POR QUE SE NOS HACE TAN DIFÍCIL AMAR
Nos enseñan desde pequeños que el amor es la base de nuestra fe y el mandamiento principal que resume toda la ley, como dice San Pablo en su carta a los Gálatas:

"Pues la ley se resume en una frase: ‘Amaras al prójimo como a ti mismo’" (Gálatas 5:14).

Sin embargo, sabemos por experiencia propia que amar no es fácil, especialmente cuando se trata de aquellos que nos hacen daño o nos irritan.

¿Por qué es tan Difícil Amar?

En el día a día, nos encontramos con situaciones que ponen a prueba nuestra capacidad de amar: el conductor que se nos atraviesa en el tráfico, la persona que se mete delante de nosotros en la fila del supermercado, las injusticias y dificultades que enfrentamos en nuestra vida cotidiana. Estos pequeños desencuentros nos revelan algo profundo sobre nuestra naturaleza humana y nuestra lucha con el pecado.

Jesús nos desafía de manera radical cuando nos dice: 

"Amen a sus enemigos, hagan bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, oren por los que los maltratan" (Lucas 6:27-28).

Este es un amor que va más allá de la mera simpatía o afinidad; es un amor que exige sacrificio y abnegación. Pero, ¿Cómo podemos alcanzar este nivel de amor?

Primero, debemos entender que el amor verdadero, el amor ágape del que habla la Biblia, no es simplemente un sentimiento, sino una decisión. 

San Agustín nos recuerda: "Ama y haz lo que quieras". Esto no significa que podamos hacer cualquier cosa sin consecuencias, sino que si nuestro amor es genuino, nuestras acciones naturalmente reflejarán ese amor. Amar, entonces, es una elección consciente de buscar el bien del otro, incluso cuando no sentimos deseos de hacerlo.

El pecado original nos ha dejado una herencia de egoísmo y orgullo, que constantemente nos desvía del amor verdadero.

San Pablo describe esta lucha interna en su carta a los Romanos:

"No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero" (Romanos 7:19).

Esta batalla espiritual es una realidad diaria para todos nosotros. Reconocer nuestra propia fragilidad y pecado es el primer paso para abrirnos a la gracia de Dios, que es esencial para amar como Él nos ama.

"El hombre no puede vivir sin amor. Permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida carece de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente". Esta verdad nos revela que nuestro deseo más profundo es amar y ser amados, y solo en Dios podemos encontrar la plenitud de este amor.

Al reflexionar sobre nuestras propias luchas para amar, debemos recordar la importancia del perdón. 

San Juan Pablo II nos enseñó: "No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón". Perdonar no es olvidar o justificar el mal, sino liberar nuestros corazones del rencor y la amargura que nos impiden amar plenamente. Jesús, en la cruz, nos dio el ejemplo supremo de perdón cuando dijo: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lucas 23:34).

El amor a los demás también está profundamente conectado con el amor a uno mismo. "Amar a tu prójimo como a uno mismo" implica que debemos aprender a vernos con los ojos de Dios, con una mezcla de humildad y dignidad.

Debemos reconocer nuestras propias fallas y limitaciones, pero también nuestra infinita valía como hijos de Dios. San Ignacio de Loyola nos enseña en sus Ejercicios Espirituales a hacer examen de conciencia diariamente, no solo para identificar nuestros pecados, sino también para reconocer las bendiciones y la gracia de Dios en nuestra vida.

El amor no busca sus propios intereses, como nos recuerda San Pablo en 1 Corintios 13: "El amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor" (1 Corintios 13:4-5). Este tipo de amor solo es posible cuando nos dejamos transformar por la gracia de Dios.

Debemos reconocer que amar a los demás es una tarea que no podemos realizar solos. Jesús nos dice en Juan 15:

"Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí, y yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de mí nada pueden hacer" (Juan 15:5).

Necesitamos permanecer en Cristo, alimentarnos de su Palabra, recibir su gracia a través de los sacramentos y vivir en comunidad con otros Cristianos que nos apoyen en nuestro camino de fe.

Amar puede ser difícil porque el amor verdadero requiere de mucho sacrificio, humildad y la gracia de Dios. Pero recordemos que en esta lucha hacia la santidad, no estamos solos. Cristo nos acompaña, su Espíritu nos fortalece, y su amor nos impulsa a ser más como Él. Y con Él debemos cada día esforzarnos mas y mas a Amar al Prójimo como a Nosotros Mismos.