Muchas veces encontramos dificultades para mantener una vida de oración constante. Algunos de nosotros podríamos decir: "Yo quiero comenzar a orar, pero luego no tengo ganas, no tengo tiempo, siento que no sé qué hacer, y la clásica, es que siento que Dios no me escucha. Y como no me escucha, entonces no lo quiero seguir haciendo."
Esto no deberían desanimarnos. San Pablo nos exhorta en la primera carta a los Tesalonicenses: "Oren sin cesar" (1 Tesalonicenses 5:17). La oración no es solo una actividad ocasional, sino una necesidad constante, una comunicación continua con nuestro Señor.
En el diario de Santa Faustina, ella nos deja una enseñanza valiosa: "El alma debe de saber que para orar y perseverar en la oración tiene que armarse de paciencia y con esfuerzo superar las dificultades exteriores e interiores." Esta cita nos recuerda dos palabras clave: paciencia y esfuerzo.
La paciencia es esencial porque la vida espiritual no siempre es fácil ni inmediata en sus resultados. Como humanos, somos impacientes y queremos ver resultados rápidos. Sin embargo, la relación con Dios es profunda y requiere tiempo.
Santa Teresa de Jesús decía: "La oración es un trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama."
La amistad se construye con tiempo y dedicación, así también es nuestra relación con Dios.
El esfuerzo es igualmente crucial. La oración requiere de nuestra parte un compromiso serio. Jesús mismo nos dijo: "Esten atentos y oren para no caer en la tentación. El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil" (Mateo 26:41).
Debemos superar las barreras tanto internas como externas. Internamente, podemos enfrentar dudas, desánimos, y distracciones. Externamente, siempre habrá interrupciones y responsabilidades que buscarán alejarnos de nuestro tiempo de oración.
¿Cómo podemos ser constantes en la oración?
Establecer un tiempo y lugar fijo para la orar:
Así como programamos nuestras actividades diarias, debemos programar un momento específico para orar. Esto crea un habito y ayuda a establecer la oración como una prioridad en nuestra vida. Puede ser temprano en la mañana, antes de comenzar nuestras actividades, y en la noche, antes de dormir.
San Francisco de Sales nos aconseja: "Cada uno de nosotros necesita media hora de oración al día, excepto cuando estamos ocupados, entonces necesitamos una hora."
Ser disciplinados:
La disciplina es clave para cualquier hábito. Habrá días en que no sentiremos ganas de orar, pero debemos hacerlo de todos modos.
Santa Teresa de Calcuta decía: "El fruto del silencio es la oración; el fruto de la oración es la fe; el fruto de la fe es el amor; el fruto del amor es el servicio; el fruto del servicio es la paz." Si perseveramos en la oración, veremos los frutos en nuestra vida.
Superar las luchas exteriores:
Siempre habrá algo que quiera robar nuestro tiempo de oración. Puede ser el trabajo, la familia, o las obligaciones diarias. Debemos ser firmes y proteger ese tiempo sagrado. El que se aparta de los deseos desordenados encontrará lo que su corazón desea. Al priorizar la oración, hallaremos la paz y la fortaleza que necesitamos.
Así como cuidamos de nuestro cuerpo, debemos cuidar de nuestra alma. No basta con rezar de cualquier manera; debemos buscar profundizar en nuestra relación con Dios. La oración profunda y sincera es el alimento que nuestra alma necesita.
La lectura de la Biblia y los escritos de los santos pueden enriquecer nuestra oración. "La Palabra de Dios es viva y eficaz" (Hebreos 4:12), y meditar en las Escrituras puede iluminar nuestro camino y fortalecer nuestra fe.
También unirnos a un grupo de oración puede brindarnos apoyo y motivación.
Ser pacientes con nosotros mismos:
Habrá días en que la oración será difícil y no sentiremos nada. Es en esos momentos cuando debemos recordar que la oración no es un sentimiento, sino un acto de amor y fe.
Perseverar en la oración es una lucha diaria, pero una lucha que vale la pena. La oración nos conecta con nuestro Creador, nos fortalece y nos guía. No desmayemos ante las dificultades. Sigamos el ejemplo de los santos y las enseñanzas de las Escrituras, confiando siempre en la misericordia y el amor de Dios.
Como dice el Salmo 27:14, "Espera en el Señor, sé valiente, ¡ten ánimo, espera en el Señor!"