Cómo enamorarse de Dios

Enamorarse más de Dios

¿Cómo podemos amar profundamente a alguien que no podemos ver, tocar ni abrazar físicamente? 

El joven de hoy, en su búsqueda de amor y sentido, puede encontrar en Dios la fuente mas grande  de satisfacción y realización. Dios es el único capaz de saciar la sed de amor que tenemos en el corazón. Amarlo profundamente es la meta más alta que podemos plantearnos. Enamorarse de Dios, aunque puede parecer un concepto abstracto, puede trasformar nuestras vidas.

San Agustín de Hipona es un ejemplo claro de alguien que, después de probar los placeres del mundo, encontró en Dios el amor que verdaderamente sacia. Agustín vivió una vida llena de la búsqueda de placeres y estudios, pero nada de eso llenaba su corazón. Fue solo cuando escuchó la voz de Dios a través de las Escrituras que encontró la paz. Él escribió: Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

Carlo Acutis, un joven Santo contemporáneo, mostró que el amor a Dios puede florecer a una edad temprana. A través de su devoción a la Eucaristía, Carlo encontró en Cristo un amigo y compañero constante. Su vida, aunque breve, fue un testimonio de amor divino. Carlo decía que la Eucaristía era su "Autopista hacia el cielo" y vivió cada día con una fe sencilla pero profunda. Incluso en su enfermedad terminal, Carlo demostró que un amor verdadero por Dios puede brindar paz y consuelo, incluso en los momentos más oscuros.

Cómo enamorarse de Dios

Para enamorarse de Dios, es esencial conocerlo y establecer una relación profunda con Él. Esto se logra a través de la oración, la lectura de las Escrituras y la participación en los sacramentos.

La oración es nuestra conversación diaria con Dios, un momento para abrir nuestros corazones y escuchar Su voz. Las Sagradas Escrituras nos revelan el pensamiento y la voluntad de Dios, guiándonos en nuestro camino espiritual.

La Oración:

La oración es fundamental. Es el momento en que nos conectamos con Dios de manera personal e íntima.

Al rezar, no solo hablamos con Dios, sino que también lo escuchamos. En la oración, podemos expresar nuestras alegrías, tristezas, dudas y esperanzas. A través de la oración constante, nos acercamos más a Dios y sentimos Su presencia en nuestra vida diaria.

Lectura de las Escrituras:

La Biblia es la palabra viva de Dios. Al leer y meditar las Escrituras, conocemos más a Dios y comprendemos mejor Su voluntad para nuestras vidas.

La Biblia está llena de historias y enseñanzas que nos muestran el amor de Dios por nosotros. Al estudiar la Biblia, nos acercamos más a Él y entendemos mejor cómo vivir de acuerdo a Su voluntad.

Los Sacramentos:

Los sacramentos son momentos especiales en los que Dios se acerca a nosotros de manera tangible.

La Eucaristía, en particular, es un encuentro profundo con Jesús. Al recibir la comunión, acogemos a Cristo en nuestro corazón de manera especial.

El enamorado de Dios, como cualquier enamorado, se ve transformado por su amor. Nada es más fuerte que el amor, porque él lo mueve todo. El amor a Dios nos hace más valientes, generosos y dispuestos a sacrificarlo todo por Él. Como un novio y una novia en su día de bodas, nuestro amor por Dios nos hace más plenos, más humanos, más divinos.

Dios nos ama con un amor eterno. Este amor es tan grande que envió a su Hijo único para salvarnos. Como dice en 1 Juan 4:10: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”. Comprender y aceptar este amor es el primer paso para enamorarse de Dios.

Enamorarse de Dios no es una meta inalcanzable. Es una invitación que Él nos hace a todos, cada día. Respondamos a esta invitación divina. Acerquémonos a Dios con fe y confianza, permitiéndole que su amor llene nuestro corazón y dejémonos enamorar por Él.